Federico
Cantú y fray Servando
Abraham Nuncio
En alguna
ocasión, Raquel Tibol llamó a Federico Cantú el gran olvidado. Otros
críticos y periodistas siguieron llamándole así aun después de muerto y cuando
ya era uno de los artistas plásticos más difundidos del país. Sus murales se
hallan en numerosas ciudades, lo mismo que la escultura emblema del Instituto
Mexicano del Seguro Social: Nuestra Señora del Seguro Social.
La pintura
de Cantú no tuvo que chorrear pulque y mole, como él a veces se quejaba de sus
críticos, por haberse apartado de la Escuela Mexicana de Pintura; aunque no
tanto, pues al cabo quedó más cerca de ella que de otras corrientes plásticas.
Admirador del arte clásico de Grecia, adaptó sus modos a temas de la cultura
prehispánica. De esta manera logró, acaso como ningún otro artista, recuperar
ese principio de identificación que germinó, sobre todo a partir del siglo
XVII, en los criollos de la Nueva España: habían crecido en número y capacidad
económica y cultural, y los peninsulares asumieron ese crecimiento como un
riesgo para sus privilegios y para el propio poder de la corona. Con las
reformas borbónicas empezaron a ser desplazados de espacios y oportunidades que
se arrogaron los individuos nacidos en España.
En la
narrativa de Federico Cantú cobran particular dimensión los héroes culturales
del pasado prehispánico, de la evangelización durante la colonia y de la
independencia nacional: Quetzalcóatl, Netzahualcóyotl, los frailes Bernardino
de Sahagún y Andrés de Olmos, Miguel Hidalgo, José María Morelos y Pavón.
Federico
Cantú (III) Elizarrarás, nieto del pintor nacido en Monterrey, esculpió un
águila elaborada a escala de la enorme que su abuelo trabajó en los años 60.
Dos décadas más tarde fue destruida en el espacio donde se erigió la Biblioteca
Universitaria Capilla Alfonsina. Adolfo Cantú, su hermano, la entregó a la
Universidad Autónoma de Nuevo Léon y ahora luce en la fachada de este edificio.
Con la escultura fue donada una pieza titulada Bicentenario, en la que
se reproduce una versión del relieve Las enseñanzas del cura Hidalgo,
que Federico Cantú (I) Garza realizó en la unidad médica de León, Guanajuato.
En ella aparece, tras el cura Miguel Hidalgo, la figura del precursor de la
Independencia de México: fray Servando Teresa de Mier en torno a la prensa que
trajo a territorio nacional formando parte de la expedición de Francisco Javier
Mina.
Con esa
presencia y la conferencia magistral dictada por David A. Brading (Fray
Servando en Londres) en la Facultad de Filosofía y Letras, en el contexto
de la cátedra que lleva el nombre de fray Servando Teresa de Mier, la
universidad pública de Nuevo León conmemoró el 250 aniversario de su natalicio
y el bicentenario de la edición de la Historia de la revolución de Nueva
España o antiguamente Anáhuac. Con esta obra, dijo Brading, Mier abandonaba
la condición irrelevante de un fraile errabundo y prófugo de la Inquisición, y
asumía la de autor.
A propósito
de su estancia en la capital británica, Mier sostuvo una polémica con José
María Blanco Crespo, conocido como Blanco White, dominico como él y una
de las figuras destacadas de la Ilustración española. La polémica fue recogida
en las planas de El Español, periódico dirigido por el propio Blanco
White. Mier planteaba en ella la independencia de la Nueva España. Blanco
pensaba en una autonomía, según el esquema de lo que sería la Commonwealth a
finales del siglo XIX. Mier mismo no desechó del todo la posibilidad de la
monarquía constitucional, que habría coincidido en cierta forma con la
propuesta de Blanco White, hasta antes de exiliarse en Estados Unidos
(1821), luego de una más de sus tantas fugas.
Los motivos
de Mier para recelar de la monarquía habían sido parte de su experiencia
europea. La supresión de la Iglesia Constitucional de Francia por Napoleón,
concordato de por medio con el papa (Pío VII), y la invasión de España, prisión
de sus monarcas y usurpación del trono Borbón, levantaron el encono del
anahuacense (así Servando solía llamar en ocasiones a los mexicanos) contra el
emperador francés. La conducta frívola, entreguista y déspota de Fernando VII
ahondaron su repudio por la figura del monarca y de quienes, como los virreyes,
se le parecieren.
La actitud
discriminatoria de los peninsulares al momento de integrar las Cortes fue otro
de los motivos de Mier para pensar en la emancipación de su patria. En la
convocatoria se leía lo que iba a ser el artículo 1º de la Constitución de
Cádiz: La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos
hemisferios. De repente ya éramos iguales los de uno y otro lado del Atlántico
pero, como diría Orwell, los peninsulares eran más iguales que los del
hemisferio oeste: siendo minoría, su representación política era mayor. Tal
herencia parece no haber caducado en México: las cúpulas mandan, las bases se
joden.
Ningún
mexicano se enfrentó con un aspirante a monarca como lo hizo Mier con Agustín
de Iturbide. Lo conminó a no intentar coronarse emperador de los mexicanos. El
castigo: una nueva visita forzada a San Juan de Ulúa. También monarca era y es
el papa. Mier cuestionó desde su autoridad (la de Alejandro VI) para ceder
América a los reyes católicos hasta su imprudencia (la de León XII) ante el
México ya independiente.
Diputado a
los congresos constituyentes de 1822 y 1824, con opiniones de ese jaez, hoy Mier
no podría aspirar a ser regidor de un municipio marginal si su momia cobrase vida y se introdujese en la lucha por la
retacería del poder
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