jueves, 14 de noviembre de 2013









Federico Cantú y fray Servando
Abraham Nuncio

En alguna ocasión, Raquel Tibol llamó a Federico Cantú el gran olvidado. Otros críticos y periodistas siguieron llamándole así aun después de muerto y cuando ya era uno de los artistas plásticos más difundidos del país. Sus murales se hallan en numerosas ciudades, lo mismo que la escultura emblema del Instituto Mexicano del Seguro Social: Nuestra Señora del Seguro Social.
La pintura de Cantú no tuvo que chorrear pulque y mole, como él a veces se quejaba de sus críticos, por haberse apartado de la Escuela Mexicana de Pintura; aunque no tanto, pues al cabo quedó más cerca de ella que de otras corrientes plásticas. Admirador del arte clásico de Grecia, adaptó sus modos a temas de la cultura prehispánica. De esta manera logró, acaso como ningún otro artista, recuperar ese principio de identificación que germinó, sobre todo a partir del siglo XVII, en los criollos de la Nueva España: habían crecido en número y capacidad económica y cultural, y los peninsulares asumieron ese crecimiento como un riesgo para sus privilegios y para el propio poder de la corona. Con las reformas borbónicas empezaron a ser desplazados de espacios y oportunidades que se arrogaron los individuos nacidos en España.
En la narrativa de Federico Cantú cobran particular dimensión los héroes culturales del pasado prehispánico, de la evangelización durante la colonia y de la independencia nacional: Quetzalcóatl, Netzahualcóyotl, los frailes Bernardino de Sahagún y Andrés de Olmos, Miguel Hidalgo, José María Morelos y Pavón.
Federico Cantú (III) Elizarrarás, nieto del pintor nacido en Monterrey, esculpió un águila elaborada a escala de la enorme que su abuelo trabajó en los años 60. Dos décadas más tarde fue destruida en el espacio donde se erigió la Biblioteca Universitaria Capilla Alfonsina. Adolfo Cantú, su hermano, la entregó a la Universidad Autónoma de Nuevo Léon y ahora luce en la fachada de este edificio. Con la escultura fue donada una pieza titulada Bicentenario, en la que se reproduce una versión del relieve Las enseñanzas del cura Hidalgo, que Federico Cantú (I) Garza realizó en la unidad médica de León, Guanajuato. En ella aparece, tras el cura Miguel Hidalgo, la figura del precursor de la Independencia de México: fray Servando Teresa de Mier en torno a la prensa que trajo a territorio nacional formando parte de la expedición de Francisco Javier Mina.





Con esa presencia y la conferencia magistral dictada por David A. Brading (Fray Servando en Londres) en la Facultad de Filosofía y Letras, en el contexto de la cátedra que lleva el nombre de fray Servando Teresa de Mier, la universidad pública de Nuevo León conmemoró el 250 aniversario de su natalicio y el bicentenario de la edición de la Historia de la revolución de Nueva España o antiguamente Anáhuac. Con esta obra, dijo Brading, Mier abandonaba la condición irrelevante de un fraile errabundo y prófugo de la Inquisición, y asumía la de autor.
A propósito de su estancia en la capital británica, Mier sostuvo una polémica con José María Blanco Crespo, conocido como Blanco White, dominico como él y una de las figuras destacadas de la Ilustración española. La polémica fue recogida en las planas de El Español, periódico dirigido por el propio Blanco White. Mier planteaba en ella la independencia de la Nueva España. Blanco pensaba en una autonomía, según el esquema de lo que sería la Commonwealth a finales del siglo XIX. Mier mismo no desechó del todo la posibilidad de la monarquía constitucional, que habría coincidido en cierta forma con la propuesta de Blanco White, hasta antes de exiliarse en Estados Unidos (1821), luego de una más de sus tantas fugas.
Los motivos de Mier para recelar de la monarquía habían sido parte de su experiencia europea. La supresión de la Iglesia Constitucional de Francia por Napoleón, concordato de por medio con el papa (Pío VII), y la invasión de España, prisión de sus monarcas y usurpación del trono Borbón, levantaron el encono del anahuacense (así Servando solía llamar en ocasiones a los mexicanos) contra el emperador francés. La conducta frívola, entreguista y déspota de Fernando VII ahondaron su repudio por la figura del monarca y de quienes, como los virreyes, se le parecieren.
La actitud discriminatoria de los peninsulares al momento de integrar las Cortes fue otro de los motivos de Mier para pensar en la emancipación de su patria. En la convocatoria se leía lo que iba a ser el artículo 1º de la Constitución de Cádiz: La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios. De repente ya éramos iguales los de uno y otro lado del Atlántico pero, como diría Orwell, los peninsulares eran más iguales que los del hemisferio oeste: siendo minoría, su representación política era mayor. Tal herencia parece no haber caducado en México: las cúpulas mandan, las bases se joden.
Ningún mexicano se enfrentó con un aspirante a monarca como lo hizo Mier con Agustín de Iturbide. Lo conminó a no intentar coronarse emperador de los mexicanos. El castigo: una nueva visita forzada a San Juan de Ulúa. También monarca era y es el papa. Mier cuestionó desde su autoridad (la de Alejandro VI) para ceder América a los reyes católicos hasta su imprudencia (la de León XII) ante el México ya independiente.
Diputado a los congresos constituyentes de 1822 y 1824, con opiniones de ese jaez, hoy Mier no podría aspirar a ser regidor de un municipio marginal si su momia cobrase  vida y se introdujese en la lucha por la retacería del poder







 


No hay comentarios:

Publicar un comentario